jueves, 5 de noviembre de 2009

LA CALLE J

AUTOR: Gioconda C. Leon P.

Hace algunos años hice turismo de aventura en la calle ¨J¨ del Playón, sitio vacacional del Estado Aragua, me gusta recordar mi estadía en la casita del Pintor, mi vecino. La historia más o menos comenzó a media mañana. Luego de conseguir prestada la casita y de tener las llaves conmigo, no dudé en tomar el taxi que me llevaría a la terminal de buses en Caña de Azúcar. Desde allí salen regularmente camioneticas y autos por puestos vía Ocumare, así que opté por la segunda opción y al cabo de una hora y media de camino ya estaba muy cerca de mi lugar de destino. Desembarcamos en la Plazoleta y cada quien tomó su rumbo, algunos pasajeros caminaron hacia las playas y yo tomé el sentido contrario hacia el cerro, buscando encontrar la calle J. Caminé y caminé hasta que por fin divisé el letrerito que me indicaba que ya estaba en el sitio, doble a la derecha por donde señalaba la flecha y camine hasta el final de la avenida. Me habían indicado que la casita era la última de esa avenida.

Por las indicaciones que llevaba, portón de rejas azules, pared alta, mata de mango y demás señas, sabía que ya había llegado a mi lugar de destino. Saqué las llaves del bolso y las fui probando, una de ellas abrió el viejo candado oxidado. Rodé la reja entré al jardín y volví a cerrar el candado. Caminé hacia el porche de entrada y allí estaba la puerta principal de la casita, de nuevo usé mi llavero y entré a la vivienda con cuidado, ya que se observaba que hacia mucho tiempo que nadie la visitaba.

Lo primero que hice fue constatar que la vivienda tenia luz, que suerte pensé para mis adentros, luego abrí las griferías y me encontré que no había ni una sola gota de agua, malo malo pensé, me habían dicho que probablemente la casita tendría problemas con el servicio de agua potable, pero que no me preocupara porque había una reserva de agua en el tanque subterráneo que estaba justo al lado de la mata de mango, así que me dirigí a verificar mi reserva de agua, quité la tapa del tanque con mucho cuidado y sorpresa, el tanque estaba casi completamente vacio, muy pero muy al fondo quedaba algo de agua, pero inaccesible para mi, ya que el tobo y la cuerda que utilizaban para sacar el agua no era lo suficientemente larga como para llenarlo. Ya eran casi las 5 de la tarde y el tiempo se puso nublado, va a llover, es mejor que me prepare para el aguacero que se avecina, entre de nuevo en la casa busque en las despensas y encontré una vela grande y una cajita de fósforos, bueno ya con esto resuelvo por si acaso se va la luz, me habían dicho que apenas llueve en la zona lo primero que se va es la luz. Como a los quince minutos comenzó el anunciado aguacero, acompañado de vientos y truenos. Decidí poner a llenar algunos tobos con agua de lluvia y por suerte logre llenar dos tobos grandes. Ya al menos podría dedicarme a limpiar el baño con el agua que había recogido. Mientras llovía decidí darme un buen baño bajo la lluvia, no había que desperdiciar la oportunidad y yo había llegado muy cansada y agotada por el largo viaje, así que un bañito bajo la lluvia no me venia nada mal. Después de todo eso preparé mi cena, opte por una latica de atún y dos rebanadas de pan dulce. La casa estaba completamente en silencio, pero yo no tenia medio. No era temporada vacacional y por lo tanto no tenia ningún vecino cerca que me molestara con el reggaetón o con la música de la Billo Caracas Boys.
Me sentía como Robinson Crusoe en una isla desierta, con la diferencia de que yo no estaba en una isla, pero si estaba alejada de todo, la casita mas cerca que tenia las luces encendidas estaba como a dos cuadras de donde yo estaba, aquí la oscuridad era total, no había alumbrado publico en las calles, pero igual yo estaba decidida a pernoctar fuese como fuese y me dispuse a dormir.
No tuve la precaución de llevarme un radio, pero por suerte conseguí en un armario un libro en inglés de un escritor que no conocía, y con ese material pase mi primera noche de lo que opté por llamar turismo de aventura en la calle J.
Al día siguiente me despierta muy temprano una bandada de aves, no tenia idea de cuales eran, pero si vi que volaban en correcta formación. Decido a salir al jardín para apreciar mejor este concierto que en nada envidiaba a la magia de Dudamel. La mañana invitaba a disfrutar de la brisa mañanera, del rocío de los arboles, del canto de los canarios, arrendajos y turpiales y con todo este coro acompañándome me dispuse a caminar, dejé la casita y al paso de un caballo cansado logre llegar hasta el malecón de Ocumare. Aun era muy temprano, los que dormían en carpa aun no habían despertado, las señoras de arepitas dulces aun no habían llegado. Me senté en uno de esos bancos a contemplar como el sol cada vez se hacia mas brillante en el horizonte, el mar se mecía plácidamente, me quito los zapatos y me meto en la arena, toco el agua con mis manos, luego me dispongo a buscar piedras raras y caracolitos para mi pecera. En una botellita de plástico meto algunas de ellas, me sentía muy feliz con mi colección de piedritas y las guardo cuidadosamente en mi bolso.
Ya el sol calentaba y decido regresar al malecón, empezaban a verse algunas personas caminando por allí, algunos hacían labores de limpieza y otros se alistaban para la faena. Espero pacientemente a que llegue la señora de las arepitas dulces, esa no podía fallarme, había caminado tanto por mis arepitas que no me iría a casa sin haber aunque sea probado una de esas que preparan con maíz y papelón. Después de haber saciado este inverosímil antojo me voy caminando hasta la casita de Misia Socorro, (que Dios la tenga en la Gloria por haberme prestado su casita durante tantos años) quería recorrer de nuevo el callejón de mi niñez, aquel que me llevaba a la playa donde solía hacer castillos de arena. El mismo callejón que tantas veces recorrí con mis hermanos en las vacaciones de Semana Santa. Al lado del callejón estaba la casita de los Berti y muy cerca la de los Díaz y la de los Zerpa. Dios que de recuerdos, la imagen de mis hermanas sentadas en las barandas, conversando de quien sabe que cosa, las voces de Virgilio y Cheche cuadrando para el sancocho, a Mama dando ordenes por aquí y por allá, las visitas que nunca faltaban, a Franco lo recuerdo como pez dentro del agua, ese nunca salía del agua.
MARACAY, 05 NOV DEL 2009

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